Por Noelia Leiva
Recuperar, dar valor, encontrar en lo que otras personas descartaron materia prima y una oportunidad de trabajo. Cuidar al medio ambiente tiene impacto social: así lo entienden cooperativas de trabajo y organizaciones sociales y públicas que promueven prácticas sustentables para tratar los desechos como un camino para generar empleo, al mismo tiempo que se reduce la contaminación. Reciclado y resiliencia comparten más que su letra inicial.
Según el Mapa Federal del Reciclado, en Argentina hay 348 unidades productivas registradas que se encargan de recibir residuos sólidos urbanos y convertirlos en un producto requerido para el siguiente eslabón industrial o comercial.
Así funciona la economía popular circular: devolver al circuito el material que de otra manera sería basura para transformarlo en un suministro que además de utilidad genere ingresos. De acuerdo a las estimaciones del Gobierno Nacional, son al menos 150 mil las recuperadoras y recuperadores que tienen esa tarea en la informalidad como medio de vida.
Articular para incidir
En la trazabilidad de los residuos el Estado tiene un rol fundamental, pero también hay experiencias de articulación con cooperativas, empresas sociales y otros actores de la sociedad civil. “Buscamos incidir con más presencia en los municipios, con conocimiento técnico y territorial y mesas de trabajo”, explicó a Intersección María Castillo, directora nacional de Economía Popular y responsable del mapa del reciclado.
Según entendió, ordenar los procesos, en articulación con las autoridades ambientales, y generar políticas para promover el trabajo registrado permite brindar a las personas que integran las distintas estaciones de la economía circular más herramientas para acceder a sus derechos, como capacitación, financiamiento y la inclusión en el sistema formal de la economía.
“Los compañeros y compañeras tienen en claro que son trabajadores y tienen derechos”, sostuvo desde la experiencia que tuvo como recuperadora, que se remonta hacia la década del 2000. “Acceder a más oportunidades permite que eso se reconozca frente a otras personas y la sociedad, que comienza a entender que recuperar y reciclar también es un trabajo”, explicó.
Resignificar (la materia y las historias)
“La cuestión de la basura no termina cuando se la saca a la puerta. Es importante saber que el cuidado del medio ambiente tiene efectos sociales porque se refiere, en definitiva, al cuidado de la vida”, entendió Waldemar Cubilla, sociólogo y educador que acompaña la labor de la cooperativa de reciclado de plásticos Toco Madera, que funciona en La Carcova, San Martín.
A partir de tejer redes con la biblioteca popular que lleva el nombre del barrio y organismos públicos, obtuvieron maquinaria para generar madera plástica a partir de tapitas y botellas que les aportan negocios de la zona, escuelas, el municipio o, eventualmente, compran a recuperadoras y recuperadores.
De esta manera, busca promover un impacto positivo en su comunidad a partir de generar fuentes de trabajo, en lo que articula con la Red Creer, que se compromete con brindar capacitación y oportunidades sociolaborales a personas que están o estuvieron privadas de la libertad.
Al barrio donde funciona la cooperativa se lo conoce por convivir con “basurales” o con el relleno sanitario generado por la CEAMSE, así como por ser escenario de páginas que denunciaron violencias: allí apareció Melina Romero, víctima de femicidio, y de allí desapareció el joven Diego Duarte, mientras se escondía de la Policía. También, por ser territorio de otra lucha por el cuidado del medio ambiente: que el área del Río Reconquista sea considerada reserva natural.
“La basura tiene doble cara: puede ser enfermedad y deterioro o ingresos, producción económica y oportunidad”, definió Cubilla.
Se trata, también, de resignificar los lugares de vulneración histórica por uno de empoderamiento.
Alianzas virtuosas
“La toma de conciencia individual y colectiva es de sustancial importancia para que podamos morigerar y evitar las situaciones que nos están llevando a una crisis ambiental mundial”, consideró Guillermo Álvarez, de la Asociación Civil Centro Basura Cero. Su organización promueve información y articula con organismos públicos y de la sociedad civil para el reciclado de residuos electrónicos desde una lógica verde.
Así es como reciben material electrónico en desuso de empresas, pymes, escuelas y gobiernos locales como el porteño, el de Lomas de Zamora, Morón, Paraná y Urdinarrain, entre otros. También de organismos públicos como Anses, Afip y bancos oficiales, entre otros con quienes sostienen convenios.
De lo que reciben en su oficina de la Ciudad de Buenos Aires, entre un 8 y 12% se repara y devuelve al mercado, y una amplia parte se utiliza para reciclar piezas.
Aproximadamente el 4% de lo recibido no puede reutilizarse y se convierte en material peligroso, que debe ser enviado a órganos oficiales para su deposición final bajo normativas ambientales.
El cambio es colectivo
El circuito sustentable da valor, nuevamente, a productos que fueron considerados desechos en instancias anteriores de la cadena, lo que genera oportunidades laborales pero también evidencia una deuda con el planeta: “Lamentablemente aún no está vigente en el país una ley marco que obligue a las empresas a cumplimentar ciertos requisitos para evitar la fabricación de productos que sean generadores de futuros residuos”, señaló Álvarez.
El cambio hacia una perspectiva verde e inclusiva es colectivo: “El aporte que cada persona puede hacer en su ámbito, sea la casa, la escuela, la universidad o el trabajo, es lo que va a crear una masa crítica de la sociedad para cambiar hábitos, evitar la contaminación, ahorrar energía y crear trabajo”, convocó Álvarez.
