Son adolescentes. Tienen entre 15 y 17 años, y dedican un promedio de tres horas y media diarias a tareas de cuidado en sus hogares. Y, como en otros aspectos, en este también se hace sentir la brecha de género: sobre las espaldas de ellas recae un 44% más de tiempo destinado a esas actividades que sobre la de ellos.
Son 7 de cada 10 los adolescentes que en la Argentina realizan tareas de cuidado y trabajo doméstico no pago, según una investigación realizada por Unicef y el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (Equipo ELA), cuyos resultados fueron difundidos en el marco del Día del Estudiante, que se celebra cada 21 de septiembre.
“Cuando las y los adolescentes asumen responsabilidades de cuidado intensivas, esta asignación vulnera derechos fundamentales en la medida en que afecta su tiempo de juego, descanso y estudio”, plantea el estudio.
En este sentido, advierte que “el tiempo de cuidado compromete las trayectorias educativas y, por ende, el desarrollo de las infancias y los proyectos de vida”, y señala que los datos evidencian que “las adolescentes asumen de forma desproporcionada el rol de cuidadoras, reforzando estereotipos tradicionales que asocian el cuidado y las tareas domésticas a lo femenino, al naturalizarse la idea de que las mujeres son las responsables principales del cuidado”.
Cuidados adecuados
La problemática tiene a la vez una contracara también preocupante: “Las niñas y niños que son cuidados por adolescentes también ven afectado su derecho al cuidado adecuado, dado que asumen responsabilidades que no son propias de su edad y que pueden incluso poner en riesgo la integridad física de las chicas y chicos”.
“A veces tengo que cuidar a mi sobrino porque la madre trabaja, entonces ella me lo trae y yo lo cuido, así que esa es mi tarde. Hago la tarea si me mandan y así son mis días. A veces son dos veces, tres, o a veces los deja que se queda a dormir y lo vienen a buscar al día siguiente porque ella a veces tiene que trabajar de noche”, señala el testimonio de una adolescente.
El informe subraya que este tipo de situaciones se da con mayor frecuencia en sectores populares que en medios. “La realización de estas tareas suele presentarse como condición de posibilidad para que una persona adulta de la familia pueda desempeñarse en el trabajo remunerado”, consigna el trabajo.
“Quienes tienen asignadas responsabilidades como cuidadores de niñas, niños y adultos mayores de forma regular y como apoyo a las estrategias laborales de las personas adultas u otros integrantes del hogar, son quienes más habitualmente ven postergada la realización de actividades orientadas a su propia recreación o sociabilidad”, plantea.
Además, es una realidad que las tareas de cuidado interfieren con la trayectoria educativa: “La tensión entre el tiempo que requiere el estudio y el tiempo que deben dedicar al cuidado emerge como una reflexión recurrente al indagar las expectativas en torno al futuro y en la conciliación entre estudios y cuidado de personas a cargo”, destaca el trabajo.
Los sesgos persisten
Hay otras variables que también se suman y amplifican estas realidades, como es el caso de quienes viven en hogares monoparentales o con padres separados: “Las adolescentes mujeres, que pertenecen a familias monomarentales con varios hermanos o que tienen padres separados, manifestaron un involucramiento más frecuente en trabajos de cuidado directos e indirectos”, indica la investigación.
El estudio busca visibilizar el rol de las y los adolescentes como cuidadores y los efectos que tienen al asumir estas responsabilidades. “Es necesario que el Estado implemente políticas de cuidado que reconozcan y alivien la carga que enfrentan estos jóvenes”, afirma Natalia Gherardi, directora ejecutiva de la organización Equipo ELA. Sin este apoyo, agrega, “se perpetúa un ciclo de desigualdad que afecta tanto a adolescentes como a las personas que dependen de ellos”.
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