Por Fátima Cheade
Agustín Barovero tiene 38 años, hace dos años y medio tuvo su diagnóstico como autista y un año después decidió compartir su historia para ayudar a otras personas que, como él, necesitan ponerle nombre a lo que les pasa. Lo hizo a través de su cuenta en Instagram con un video que compartió primero con un grupo pequeño de amigos. En ese momento eran 800 seguidores, hoy son 100.000.
“Empecé a hablar de autismo luego de mi diagnóstico. La gente me empezó a escribir y a contar lo que le pasaba”, cuenta Agustín en una charla con Intersección y reflexiona: “La mayor parte de la gente no sabe con quién hablar, dónde buscar información, aunque yo no esté diciendo nada nuevo, sino solamente hablando de situaciones que vivía a diario”.
El primer impulso para empezar a hablar de autismo en las redes sociales se lo dio su psicóloga, la solidez del contenido y la forma de llegar a la gente se la dieron sus años de docente de literatura y lenguaje en colegios en los que tuvo contacto con estudiantes autistas, y los talleres de actuación que hizo casi como un desafío.
Cambio de perspectiva
Su diagnóstico llegó cuatro años después de empezar a sospechar que era autista y lo recibió como “una validación” de lo que había sentido toda su vida, al mismo tiempo que le significó “un cambio de perspectiva, al “comenzar a entender muchas cosas”, explica Agustín, que vive en Mar del Plata, cerca de su familia y amigos, y con Katsuragi, su gata.
“El diagnóstico me cambió 100 por ciento, me hizo reinterpretar el pasado y también el presente y tener otra mirada y perspectiva sobre el futuro, porque lo que ocurre cuando no tenemos diagnóstico es que nos imponemos mandatos externos a quienes somos”, dice.
Activismo digital
En ese tono advierte que hay muchas personas autistas que no están diagnosticadas, y a ellos llega con sus mensajes a través de las redes. En estos bloques cuenta con realismo cómo vive diferentes situaciones cotidianas desde su neurodivergencia.
Aparece así el capítulo “Tormenta perfecta”, en el que muestra cómo se focaliza en otras actividades en vez de dedicarse a editar un video que tiene pendiente, o “La seguridad de los objetos”, sobre cómo puede afectar a una persona autista que se dañe un objeto entrañable.
Otros episodios los dedica a la típica frase que escucha de “No parecés autista”, y a “Vacaciones y TDAH” (su segundo diagnóstico, el año pasado, de déficit de atención e hiperactividad) o “Concentración y TDAH”, siempre entre lo informativo y lo cotidiano, con una cuota de humor.
Esta perspectiva nueva que el diagnóstico le dio a su vida, lo sacó de “un cuadro depresivo muy grande” y también de ”vínculos en los que era invisibilizado”, en los que su deseo “no se podía siquiera enunciar”, cuenta Agustín.
“Con esta cuestión que uno siente un desacople toda la vida, uno se invisibiliza, imita al resto para pasar desapercibido y va construyendo una identidad que no es real”, dice y advierte que
“gran parte de las personas autistas atravesaron momentos de depresión muy grande precisamente por este mandato de encajar, llegando muchas veces a pensar en quitarse la vida”.
“Es un desafío vivir lo cotidiano neurotípico desde la neurodivergencia no diagnosticada”, ratifica mientras repasa sus años en la facultad de Letras, en los que las materias dejaban de interesarle muy rápido, se encontraba que no tenía herramientas para administrar su tiempo, y para organizar sus horas de estudio, “algo que en la escuela era fácil porque todo estaba pautado de antemano”, reconoce y valora el acompañamiento de sus padres en el proceso que fue desde la sospecha hasta la confirmación de su diagnóstico.
Agustín estudió teatro, una actividad que lo ayudó a desarrollar muchas capacidades. “Mis habilidades sociales para leer conductas y emociones eran casi nulas, después supe que era alexitímico, que es un rasgo de las personas autistas, que no entendemos, distinguimos o a veces siquiera registramos emociones. El teatro me ayudó a poder registrar afecto, actitudes, conductas, maneras de funcionar de la gente neurotípica. Fue un desafío muy grande, pero me sirvió mucho”.
Por otra parte, destaca la importancia que tiene “hacer red, encontrarse en el espejo del otro. Las redes son cruciales para las personas neurodivergentes, porque la experiencia es sentir que uno se encuentra solo y sin información, de ahí los cuadros de depresión
y comorbilidades que se arrastran simplemente porque no tenemos el diagnóstico”, lamenta. Y afirma que pone el foco en “la gente que pide ayuda, a la que le puedo facilitar un contacto o hacer red”.
Agustín no trabaja con organizaciones, pero siempre que puede acude a las convocatorias que le llegan para dar charlas en escuelas, empresas, organismos, o para contar su experiencia en jornadas, congresos o simposios sobre neurodivergencias.
Agustín siente que con su activismo a través de las redes sociales puede llegar a alguien más que está pasando por alguna situación como la de él, y así “hacer algo” con su dolor, “darle una utilidad”.
Superar la mirada discapacitante
“Las personas neurodivergentes siempre encuentran barreras. En los trabajos no se tienen en cuenta los desafíos que tienen que sobrellevar, ni sus fortalezas”, asume Agustín y cita el caso de personas que trabajan muy bien en su zona de interés, porque pueden ser más funcionales.
“Para cualquier persona la pasión es su motor, en el caso de personas autistas, la pasión las lleva muy lejos, a un nivel muy elevado de concentración”, agrega como dato diferencial y llama la atención respecto a la “gran deuda informativa” que existe sobre las neurodivergencias en el mundo laboral, y sobre la necesidad de “generar mecanismos verdaderos de inclusión”, que, subraya, “no tienen nada que ver con simbolismos oportunistas, con fechas o medidas paternalistas”.
También marca como falencia que muchas empresas contratan personas neurodivergentes para cubrir un cupo con una mirada discapacitante sin pensar en sus fortalezas. Advierte que “inclusión siempre es una especie de falacia porque implica que antes alguien te está dejando afuera, no te está dejando entrar”.
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